Por Ed Yong

El llamado «gen del guerrero» se ha asociado a muchos rasgos, desde la portación de armas hasta la gota
(Imagen: Raúl Arboleda/AFP/Getty Images)
La historia de un gen es el epítome de las ideas erróneas populares sobre cómo nos moldea nuestro ADN. Pero también puede enseñar algunas lecciones cruciales, dice Ed Yong
Nuestra historia comienza hace dos décadas, cuando un grupo de mujeres holandesas se propuso encontrar una explicación al comportamiento antisocial de los varones de su familia. Además de tener problemas de aprendizaje, estos hombres y niños eran propensos a los arrebatos de agresividad y acumulaban una lista de delitos graves, como incendios provocados, intentos de violación y asesinatos. Sospechando que el comportamiento podría ser hereditario, las mujeres se dirigieron al genetista Hans Brunner, del Hospital Universitario de Nimega (Países Bajos). Finalmente, en 1993, localizó al culpable: una variante defectuosa de un gen llamado monoamino oxidasa A, o MAOA, situado en el cromosoma X.
Como es lógico, el anuncio causó sensación. Era la primera vez que se relacionaba un gen con la agresividad humana, y el MAOA parecía ser el responsable de un historial de violencia que se remontaba a cinco generaciones.
En los años siguientes, se acumularon pruebas que reforzaban la conexión entre el MAOA y la agresividad. Entonces, en 2004, la periodista Ann Gibbons selló el vínculo al dar a la MAOA la etiqueta de «gen guerrero». El apodo se mantuvo, elevando el perfil del MAOA y, al mismo tiempo, alimentando ideas erróneas sobre cómo nuestro comportamiento se ve afectado por nuestra composición genética.
Desentrañar la interacción entre los genes y el comportamiento es una de las tareas más difíciles de la biología. La publicación del código genético humano completo, hace una década, disipó cualquier ilusión de que …